Hablar de dinero nunca me resultó fácil. Durante años pensé que si trabajaba duro, si cumplía con mis objetivos y mantenía una actitud positiva, tarde o temprano el reconocimiento llegaría solo. Pero no fue así. Veía a compañeros ascender, mejorar sus condiciones, y yo seguía en el mismo sitio, con más responsabilidades pero con el mismo sueldo.
Un día me di cuenta de que no podía seguir esperando: tenía que pedirlo. Tenía que negociar mi propio valor.
Hago un pequeño Disclaimer. Me estoy refiriendo a mi caso, cuando trabajaba en otro medio. En MujerTotal estoy muy contenta 🙂
El momento en que decidí dar el paso
Todo empezó tras liderar un proyecto que salió mucho mejor de lo esperado. Había coordinado a varias personas, logrado que se cumplieran plazos imposibles y la empresa había ganado un cliente importante gracias a ese trabajo.
Cuando recibí un “gracias” y un apretón de manos, algo en mí hizo clic. No podía conformarme con un gesto de cortesía. Era hora de sentarme con mi jefe y hablar de lo que realmente importaba: mi salario.
Preparación: mis armas antes de la reunión
Me pasé varios días preparando la conversación. Busqué informes salariales de mi sector, hablé con compañeros y compañeras de confianza y descubrí que mi sueldo estaba por debajo de la media para mi puesto de redactora.
Anoté todos los proyectos en los que había generado un impacto real: ingresos nuevos por las publicaciones, visitas conseguidas. Hice casi un dossier para que no quedara duda de mi aportación.
Esto lo puedes adaptar a otros sectores: reducción de costes, mejoras de productividad, éxito de equipo…. En definitiva se trata de buscar determinados valores objetivos que permitan medir la evolución de un negocio
Y lo más difícil: practiqué lo que iba a decir. Ensayé frente al espejo para sonar clara y segura, sin titubeos ni disculpas.
La reunión: del miedo a la confianza
Llegó el día y pedí una reunión formal. Al principio estaba nerviosa. Tenía ese miedo típico de “¿y si piensa que soy desagradecida? ¿y si me dice que no?”. Pero cuando empecé a hablar, me sorprendí a mí misma.
Dije algo como: “Quiero hablar contigo sobre mi salario. En el último año he asumido más responsabilidades y he obtenido resultados que han beneficiado directamente a la empresa. Por eso considero que es justo revisar mi compensación”.
Me escuchó en silencio, y por un momento pensé que todo se iba a venir abajo. Pero mantuve la calma, respiré y dejé que el silencio jugara a mi favor.
La respuesta
Mi jefe me dijo que no era algo que hubiera considerado, pero que los datos que presentaba eran sólidos. No me dio una respuesta inmediata, pero me pidió una semana para revisarlo con dirección.
Fueron siete días eternos, llenos de dudas. Pero una semana después me llamó a su despacho: habían aprobado un aumento de sueldo de un 12%. No era la cifra máxima que esperaba, pero sí un paso enorme. Y lo mejor: lo había conseguido porque me atreví a pedirlo.
Lo que aprendí negociando
Aquella experiencia me enseñó tres cosas fundamentales:
- El valor hay que ponerlo sobre la mesa. Nadie lo hará por ti.
- La preparación es poder. Los datos objetivos y los logros concretos son tus mejores aliados.
- Negociar no es pelear. Es una conversación profesional para equilibrar lo que das y lo que recibes.
Un mensaje para otras mujeres
Sé que no siempre es fácil. A muchas nos han educado para no incomodar, para aceptar lo que nos ofrecen y dar las gracias. Pero si no pedimos lo que merecemos, estamos perpetuando una brecha que nos afecta a todas.
Negociar un aumento no es solo una cuestión individual, es también una forma de abrir camino a otras mujeres. Cada vez que alguien rompe esa barrera, se hace un poco más fácil para la siguiente.
Si estás en esa situación, mi consejo es: prepara tus argumentos, cree en ti misma y atrévete a dar el paso. El “no” puede llegar, pero también puede llegar un “sí” que cambie tu carrera.
Negociar mi sueldo fue uno de los momentos más difíciles y más liberadores de mi vida profesional. No solo mejoré mis condiciones, también gané algo mucho más importante: la certeza de que mi voz vale, y de que cuando una mujer pide lo que merece, no solo lo hace por ella, sino por todas.